De la lucha se hace uno costumbre. Es esa guerra continua contra la resignación y contra las opresiones. Las internas y las que nos rodean. Porque el ser humano es esencialmente rebelde, por orgullo, por tozudez, por necesidad o por simple supervivencia.
Al egoísta le oprime la generosidad. Al escéptico le oprime el creyente. Al ignorante le oprime el conocimiento. Al hipócrita le oprime la sinceridad. Al mediocre le oprime el talento. Al crítico le oprime la perfección. Al duro le oprime la ternura. Al triste le oprime quien es feliz. Al inquieto le oprime la paciencia. Al práctico le oprimen los teóricos. A quien pierde le oprimen los triunfadores. Al tímido le oprime el osado. Al prudente le oprime el intrépido. Al humilde le oprime la arrogancia. Al sentimiento le oprime la razón… Y viceversa.
Quizá lo que ocurre es que esa supuesta opresión no es más que el anhelo de ser diferente, de mejorar o simplemente de cambiar. Esa necesidad de luchar para crearse cada día que es inherente al ser humano, para transformarse, para caminar, para conocer y aprender y, sobretodo, para perseguir los sueños y esperanzas y conseguir que se hagan realidad.
Esa lucha es la batalla de todo ser humano para llegar a ser persona.
Lucha eterna y agotadora 🙂
Cierto, pero somos todos aliados. Gracias por tu comentario y por tu poesía. Un saludo..
Esa lucha para crecer como persona, si señora. Un beso.
Otro para ti y gracias por el comentario. Todos somos aliados en esa lucha. Un abrazo.
:))
Y en la lucha, vivimos entre opresiones y satisfacciones. Un abrazo!
Sí, cierto. Buscando el equilibrio.
Muchas gracias por el comentario.
Sí, cierto, buscando el equilibrio.
Muchas gracias por el comentario.
Un saludo.