Corazón

 

«Échame una mano, muñeca», le suplicó el brazo angustiado porque un gran nudo tenía la garganta, debido a que, en el estómago, se habían instalado unas mariposas y se le erizaba todo el vello. Se tocaron entonces las palmas.

Sacaron las uñas los dedos ante tanta rebomborio y los pies parecían no tocar el suelo. Se quedaron en blanco los ojos y las narices, en tono gruñón, dijeron que nadie las tocara.

«Muévete como nosotras», dijeron las caderas y «No me mires tanto», comentó el ombligo. «De punta nos tenéis», afirmaron los pelos. También la cabeza intervino diciendo que tenía un dolor terrible y casi recta se puso la curvatura de la espalda.

«Ciérrate», le dijeron los oídos a la boca y ésta les contestó que pararan ya de silbar haciendo levantar a las cejas.

Encogidos estaban los hombros ante tanto desconcierto y se armaron hasta los dientes. 

En ese momento, habló el corazón y confesó que estaba sintiendo. 

Comprendieron entonces los pulmones su falta de aire y los intestinos su revolución. Hasta la cintura dio un hermoso giro y la sangre empezó a hervir. Castañearon los dientes y rojas se volvieron las mejillas, en un estado de nervios que era de todo menos independiente.

Y es que todo el organismo se emocionó, se convirtió el sentimiento en orgánico, porque el corazón es el órgano del alma, el motor de la emoción.